La botigueta de l'Alex

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Que Grande es el Cine, by Elnan

Palaceteños

Sara Carbonero, Musa Oficial

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viernes, abril 06, 2007

Falste XV, by Conde Moi


El cigarro terminó de consumirse sobre la mesa. La ceniza parecía congelada sobre el filtro de taco corto. Subcomm casi terminaba su vaso de cerveza cuando una figura aparecía por la puerta. El sonido de las campanas en la puerta por sobre el constante murmullo y risas que había en el bar le advirtió de la nueva presencia. Subcomm giró levemente su cabeza para ver quién era. No era más que Morgana la camarera del turno de noche que nuevamente llegaba tarde. Volviéndose rápidamente a su posición inicial, Subcomm sacó otro cigarro de su bolsillo derecho y pidió otra cerveza, con algo de decepción. Él y Morgana habían tenido un amorío en el pasado. Nada serio- decía él, por suerte alcanzó a terminar todo antes que su mujer, Penélope, lo descubriera. Es que eran tiempos difíciles en el trabajo y casi no pasaba tiempo en casa, se justificaba. Morgana lo miró e hizo un gesto de cortesía, aunque en verdad lo odiaba y amaba a la vez. Subcomm había llegado en un momento en el que necesitaba a alguien. El hecho que la dejara simplemente le destrozó el corazón. Luego entró a la cocina y salió a los pocos minutos con su delantal a atender a las mesas de la parte trasera.


Subcomandante, carne de bar


Subcomm siguió sentado ahí en la barra, con su abrigo largo estilo detective. El gorro sobre la mesa hacía juego perfecto con la imagen de gángster que se suelen ver en las películas. De pronto, ya en su segunda jarra de cerveza recordó por qué estaba ahí. Y comenzó a cuestionarse si lo que estaba por hacer era lo que realmente quería. Estaba algo confundido. -¡Cómo fue capaz de hacerlo!-, se preguntaba entre dientes mientras bebía. -¡Maldita zorra infeliz!-, hace dos semanas que se había enterado de la evidente aventura de Pe, su mujer, con su jefe (de él) el Sr. Raimon. De hecho, corroboró sus sospechas al volver de desprovisto a casa después que hubiera olvidado su billetera sobre la mesa de la cocina. Al volver los escuchó cómo jadeaban sin el más mínimo pudor, la chaqueta siempre impecable del Sr.Raimon evidenció su presencia. No quiso hacer nada, en verdad no supo qué hacer. Salió corriendo desesperado y lleno de rabia. No volvió a trabajar ese día ni al siguiente. Al volver por la tarde, su mujer lo recibió con la cena de costumbre y contándole ingenuamente qué había hecho en su día. Él la miraba mientras hablaba de todo lo que supuestamente había hecho ese día. El sonido de los latidos y el sin fin de maldiciones no lo dejaban escucharla. ¡Claro que estaba contenta, la cabrita, si sólo se acostaba con mi jefe todas las putas mañanas!, pensaba mientras aspiraba su pitillo con desesperación e impotencia.


Morgana, la reina del whopper


Era lo correcto. Ella debía pagar por el daño que le había causado. Razón encontraba ahora por qué su jefe nunca le ofreció algún ascenso después de haber trabajado 20 años en la empresa. Era obvio, no le convenía que tuviese más tiempo y mejor sueldo para dedicárselos a su esposa. -Ese imbécil, me las va a pagar- pensaba Subcomm. -¿Cómo es posible que me lo haya hecho a mí?, que le he dedicado mi vida y mi sudor- se lamentaba.-Ya verán lo que les tengo preparado- se repetía una y otra vez. Terminó de consumirse el cigarro cuando nuevamente las campanas dieron la bienvenida al nuevo cliente. Subcomm ya sin duda se gira para ver si aquel misterioso hombre que le habían recomendado para el trabajo, llegaba por fin. Nuevamente no era nadie, sólo el viejo Señor Parado que llegaba como de costumbre a gastarse las perras que había ganado en la limosna de la tarde, éste lo saludó amablemente ya que Subcomm era uno de los pocos que le daba algo de dinero. Subcomm tenía ganas de conocer pronto a ése hombre misterioso al que llamaban “Doctor Be”. Un hombre en los sectores bajos de la ciudad se lo había recomendado. Decían de él que sabía hacer bien su trabajo, siempre limpio y rápido.


Ordenando su tercer vaso de cerveza, Subcomm vuelve a sus pensamientos. De todas maneras él había sido igualmente infiel. ¡Cuanto amaba a su mujer! Según él, si hubiera podido evitar lo ocurrido con Morgana lo hubiera hecho. Pero no fue así. El efecto sedante ya comenzaba a afectar en su carácter. Claro, él era un tipo que no acostumbraba a beber durante los días laborales, ni tampoco era muy parrandero durante los fines de semana. Simplemente dejó de ser aquél hombre joven que alguna vez fue. Eso le pesaba, y mucho. Y quizás sea mi culpa que Penélope me hubiera hecho esto, se decía. A fin de cuentas nunca tuve una riqueza inmensa ni soy muy agraciado físicamente. Por lo que lo nuestro tiene que haber empezado por amor, verdadero amor. Su cara comenzaba a cambiar poco a poco. Una extraña sensación de desconcierto. -Esto no es lo que yo quiero- dijo. -Yo la amo, y la quiero de vuelta y matarla no me dará su amor de vuelta ni matarlo a él me regresará mi orgullo- pensaba. Mi orgullo y mi hombría los perdí el día que me metí con la loca de Morgana- se lamentaba. Esa aventura no podía destruir mi matrimonio ni tampoco lo hará esta. ¡Tengo que recuperarla!, ¡La amo!!La amo!.


Nuevamente las campanas sonaron. Ésta vez un hombre bajo, robusto y con sombrero chato. Era él, la descripción era la misma que le habían dado, se trataba del Doctor Be, sin lugar a dudas. Debía decirle que era todo una falsa alarma, que sentía haberlo hecho venir, lo invitaría a un trago y luego volvería a rehacer su vida. Estaba decidido. Tomó su gorro que estaba sobre la mesa. Dejó el dinero a un lado de su vaso, después de terminarlo con un gran sorbo. Se puso de pie dispuesto a dirigirse hacía aquel hombre que lo buscaba sigilosamente con la mirada desde la entrada. Mientras, Subcomm que se dirigía hacia la entrada, vio cruzarse a Morgana. El tiempo parecía más lento, fijó su mirada en ella mientras ésta avanzaba hacía el otro lado del local con su vista fija en Subcomm con una leve expresión de pena y de adiós. Una vez quitada la mirada sobre Morgana y dirigiéndose hacía la puerta vió un arma apuntándole la cabeza. Casi pudo ver cómo la bala se acercaba paso a paso, lo que fue casi instantáneo. Después, un grito desesperado de una clienta y el Doctor Be ya no estaba, había desaparecido del local, se había esfumado, vive Copperfield. El cuerpo cayó al suelo sin resistencia. Ya era tarde, la vida y la culpa de Subcomm dejaron de existir.


El Doctor BE, asesino vocacional
sin interés por el dinero