La botigueta de l'Alex

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Palaceteños

Sara Carbonero, Musa Oficial

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miércoles, abril 11, 2007

Bombazo!! 1/2, by Sir Moisés


Penélope estaba tumbada en su cama escuchando un tema de Raimonetti de Riquer, su cantante favorito, el típico artista italiano moreno, alto, con buena percha y que estaba como un queso!!, y además, claro, componía canciones muy románticas. Joan CG, el hermano de Pe, que estaba en su habitación escuchando el último CD de los Mojinos Escozíos, la chinchaba siempre sacando a relucir que en un concierto habían pillado a Raimonetti haciendo playback y en otro dándose el lote con RichiWichi (el batería de su grupo) en el back-stage, a lo que Pe contestaba, con los morros prietos, “bah! eso son tonterías”, mientras el atontado de Joan CG –¿no sería adoptado?– se reía y cachondeaba de ella.

Pe, olvidó a su hermano y se concentró en la canción. Imaginó que las cándidas, acarameladas y aterciopeladas palabras que Raimonetti cantaba, "ti amo", "mio cuore", y todo lo demás, iban dedicadas a ella...


Pe, escuchando en estado de trance a Raimonetti

Cerró los ojos. Desabrochó el botón de sus jeans, deslizó su dedo corazón debajo de las braguitas rosas de Victoria Secret. Luego el índice. Luego el anular. Allí estaban, los tres fingers, trabajando de lo lindo, haciendo arpegios, punteos y escalas.

–Oh, Raimonetti, Ooooh… –susurró.

En éso estaba Pe, cuando su padre (el Capitán Fórceps) irrumpió en el dormitorio.

–¡Papá! –chilló, al tiempo que se tapaba con una sábana. La vergüenza afloró roja en su rostro, colorá como un tomate, se puso la niña, que podía sentir la sangre ardiendo en sus mejillas.

–Te llaman por teléfono so guarra –anunció Fórceps con voz enérgica–, es la petarda de tu amiga Morgana.

–Ahora voy. ¡Y la próxima vez, llama a la puerta antes de entrar jodido voyeur!

–No te me pongas chulita que te meto dos hostias -replicó Papi Fórceps-, y se marchó dejando la puerta abierta, el muy cabroncete.

Pe se cambió de ropa interior y fué al salón a atender la llamada.

–Dime.

–Tía, ¿vamos al centro, a mirar tiendas o algo?

–Vale. Pásate por mi casa.

Cuando Morgana llamó al timbre, diez minutos después, Pe no había terminado aún de arreglarse. Estaba maquillándose. Se puso un montón de rimel. Pe era flacucha, de piernas huesudas, tenía las tetas pequeñas, como las de una niña, y muy guapa no era, la verdad. Lo único bello que en ella había eran sus grandes ojos, de mirada un tanto estrábica aunque de algún modo bellos, sobretodo cuando se quitaba esas horrendas gafotas verdes que iban a juego con el color de sus ojos. Podría haber resultado mona de haber sacado partido de ellos, pero los jodía siempre con el maldito maquillaje, sumiéndolos en aquellos abismos de rimel negro. La hacían parecer un cadáver.


Thelma and Louise, versión Palacete, echando a andar

–Tía, cuánto has tardado –le dijo Morgana a su amiga cuando ésta al fin bajó a la calle.

–Tía, no me rayes.

Echaron a andar. Era cómico verlas caminar juntas, la una en los huesos y la otra rellenita, bien alimentada como estaba, toda aquella carne prieta por el elástico de los vaqueros, que uno temía que no pudiera resistir más aquella tensión, que fuera a reventar de un momento a otro.

Pasaron frente a una obra, que pertenecía a la inmobiliaria C.C.P.A (Cherinola Corporate and Partners Associated). Los currantes interrumpieron la faena… bueno, dejaron de hacer como que hacían, más bien, y señalaron con la cabeza a las dos amigas que por allí pasaban. Se daban codazos unos a otros, guiñaban un ojo, hacían chasquidos con la boca.

–¡Ese culo, que no pase hambre! –gritó uno.

–¡Guapa –ladró otro –, que te lo comía todo de los pies a la cabessa!

–¿Esas piernas, a qué hora abren?

Y bla, bla, bla… Aquello a Pe le daba una vergüenza terrible.

–Tía –dijo, los labios torcidos por el asco, con la mirada clavada en el suelo–, los hombres son unos guarros, de verdad…

–Ay, pobres –repuso Morgana, divertida–, déjalos, no pasa nada…

Le extrañó a Pe que su amiga no se molestase por aquel trato. Se percató entonces de que los obreros no le hacían el menor caso, dedicaban toda su atención a Morgana, se les caía la baba con ella, con sus tetas, para ser exactos. “Está como una foca”, comentaban, “pero, ¡qué misiles, mi madre!”.


La élite obrera, en un merecido momento de asueto


A Pe le parecían feos los pechos de Morgana, demasiado grandes, ¡si casi le llegaban hasta el ombligo!, pero los tíos, ya se sabe, en tetas es en lo único que piensan, aunque lo nieguen, aunque digan que lo que de una chica más les llama la atención son sus manos o su voz, ¡mienten!... en las tetas se fijan, los cerdos, en eso y nada más, y cuanto más grandes, mejor.

Morgana, vanidosa, sonreía, y se mesaba el pelo. Uno de los obreros, con la mano metida en los pantalones, empezaba a hacer el helicóptero. Pe miró los senos de Morgana, seguidamente los suyos y de pronto se sintió muy triste.

Abandonaron las calles de su barrio, los portales que hedían a orina, los jardines en los que cada mañana florecían condones usados y jeringuillas, los bares de mala muerte decorados con fotografías de futbolistas y toreros, llenos de borrachos, mugre, colillas y palillos mondadientes a partes iguales, dejaron todo eso y llegaron al centro de la ciudad, el mundo civilizado, brillante, bonito y sofisticado.

Tras probarse prendas y perfumes en varios comercios pero sin la menor intención de comprar nada, por lo que las dependientas las maldijeron entre dientes y las acuchillaron con los ojos, se dirigieron a la plaza de la Fuente, donde tomaron asiento junto a la misma. Frente a ellas habían dos chicos, de unos veinte años, con aspecto de matadetes. Uno era delgado como una cerilla, calvo, y llevaba gafas. El otro era un grandullón, tenía algo de barriga, y mirada de asesino. Iban hechos una pena, y no parecían familiarizados con el concepto “cuchilla de afeitar”.

–Tía –comentó Morgana a su amiga–, fíjate, mira esos tíos.

–Qué pinta –dijo Pe.

–De pringaos.

–A lo mejor son violadores.

Morgana fingió espanto, aunque lo cierto es que la idea le resultaba muy excitante. Hacía cosa de un mes que había echado su primer casquete, y ya le picaban, ahí abajo, las ganas de hacerlo de nuevo. Había sido con su primo, Subcom, que presumía siempre de tenerla muy larga. Morgana nunca había visto una tita, y se moría de curiosidad, así que le dijo “¡a verla!”, y Subcom ni corto ni perezoso fué y se la sacó ahí mismo, y luego, pues ya se sabe... El caso es que, aún careciendo Morgana del adecuado criterio para opinar, dada su inexperiencia, no le pareció que Subcom la tuviera tan grande como decía. Apenas notó algo, un pinchacito, nada más.

Pe sacó de su bolso un paquete de Lucky.

–Se lo he mangao al burro de mi hermano –dijo –. ¿Quieres uno?

–Claro –respondió Morgana, y cogió un pito.

Acercaron los cigarrillos a sus bocas, con torpeza, los encendieron y dieron una calada tímida, sin tragarse el humo.

–Está bueno –dijo Pe.

–Sí.

Lo cierto es que a ninguna de las dos les gustaba el tabaco, pero fumar las hacía parecer mayores, así que lo hacían a pesar del asco, el mareo y las ganas de echarlo todo.


continuará...


PD de Subcomm: un abrazo a Pe y Mo por haber accedido a ceder sus derechos de imagen a Palacete para que protagonicen este BRILLANTÍSIMO, HILARANTE Y DESCOJONADOR post, fruto de una mente claramente desequilibrada y perturbada. Recuerden que cualquier parecido con la realidad es pura casualidad.

Moi, qué grande que eres, nen.