Parado nació solo en una ermita en la falda del Turó del Home, lejos del mundanal ruido de la civilización.
A la tierna edad de tres semanas tuvo que ingeniárselas solito para cambiarse los pañales, hacerse los potitos y darse de mamar, reportándole esto último una lumbalgia crónica galopante.
Aislado de cualquier influencia tecnológica, pronto desarrolló un ingenio quasi sobrenatural para utilizar palos para apartar ramas. Así mismo, y cual McGiver barato, se las arregló para construir microondas a base de resina de abeto y escroto de codorniz.
Tanto aislamiento significó que su única compañía hasta bien entrada la adolescencia fueran su rebaño de cabras y su mano derecha.
Su vida fue transcurriendo sin sobresaltos remarcables. Si acaso una cornada de una cabra reacia a ser envainada o algún esguince de pene.
Finalmente, una fría noche de agosto el Guadalviquir trajo algo a la puerta de la ParadoErmita que cambiaría para siempre la vida de nuestro ínclito protagonista.
Un portátil. Con conexión a Internet. Y una pegatina de algo así como un escudo con la inscripción “reial clup depurtiu ejpaññol”.
Investigando, investigando, aprendió que había cosas llamadas “trabajo” (que le serviría para arruinar toda empresa en que pusiera sus pies), otras llamadas “español” (que se convertiría en su religión a la par que mayor fuente de disgustos) y otras llamadas “blogs”.
Y fue así, via “blogs”, como una bonita mañana de junio nuestro virginal Parado llegó a nuestras vidas. Expresiones como “cojones”, “vaya mierda”, “niñatos vagos” o “a tomar por culo” pasaron a formar parte del inventario popular de una gran parte de la blogosfera.
Parado, desde nos esté escuchando, vuelva, le queremos.
Ah, y a tomar por culo.
|