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Palaceteños

Sara Carbonero, Musa Oficial

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viernes, enero 25, 2008

De cuando Vito llegó al Palacete, por señorito Vito

Cuando Vito despertó, Mo ya se había ido.

Se sentón en la cama sintiendo el colchón aún caliente y se encendió el primer cigarrillo del día.


Los rayos del sol frio del amanecer se filtraban por las juntas entreabiertas de la persiana descolorida. El aire era denso, pegajoso.

Repasó con la mirada las paredes de aquel hotelucho perdido en las afueras de una ciudad perdida.

Y recordó.

Todo comenzó la noche anterior. No conseguía recordar que le había impulsado a entrar en aquel garito. Quizá le atrajo el neón parpadeante que dejaba entreleer “Palacete”, los nombres de las bailarinas exóticas que prometían calor con sus miradas lascivas en aquel cartel medio despegado de la puerta de madera vieja “Patty, Pe y tus sueños”...o tal vez fuera el silencio que se oía desde fuera.



Llamó.

Más silencio.

Una portezuela a la altura de los ojos le sobresaltó con un ruido seco al abrirse, tras escrutarlo unos segundos eternos, el cerrojo de la puerta se deslizó despacio. Una atmósfera oscura lo envolvió todo hasta que sus pupilas se dilataron lo suficiente.

- El subcomandante te está esperando .-dijo una voz que luego supo que pertenecía a DavidG, ex boxeador, ex convicto, ex de la gloria pasada. “Puños gemelos” le llamaban en los tiempos de vino y rosas, cuando había sembrado de tongos y combates amañados todos los gimnasios de la costa este, pero aún conservaba ese rictus orgulloso del que es sabedor de que sus manos siguen siendo fuertes. La G del nombre vino después, pero eso es otra historia.

El pasillo húmedo terminaba en una puerta iluminada por la tenue luz de un fluorescente descolgado de la pared.

Una mesa, cinco sillas, cuatro hombres y una mujer. Un tapete verde, botellas de Mckalan 25, vasos medio vacíos. Silencio.

De pie en un rincón Moi observaba atento, jugueteaba inquieto con algo entre las manos que lanzaba destellos al reflejo de la luz.

Franqueban al Subcomandante Rai, Fórceps y Kim, mercenarios de los de antes, de cuchillo fácil, duros, crueles, firmes, nobles y orgllosos. Leales solo mientras fueran compensados, el Subcomandante lo sabía y ellos también. No había margen para el error.



Lula, a la derecha del jefe, aún conservaba parte de su belleza salvaje, ojos profundos capaces de mantenerte la mirada hasta obligarte a bajarlos al suelo. Alguién dijo que no la había visto parpadear jamás. Sólo Ô, su antiguo amante, la había conocido de verdad se juró a si misma que nunca más volvería a dejar traspasar a nadie su coraza. Pero también es otra historia.


- No deberías haber venido- dijo Fórceps.

....continuará... o no.