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Sara Carbonero, Musa Oficial

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lunes, abril 16, 2007

Bombazo, segunda parte, by Sir Moisés Arteaga

–Tío –dijo Parado–, tengo el estómago hecho polvo...

–No deberías haber mezclado absenta con cerveza y vino –contestó Rummi.

–Ya –dijo Parado, rascándose la cabeza, en la que, a pesar de ser todavía joven, apenas le quedaba un pelo.

"Un domingo cualquiera en nuestras vidas", se dijo Rummi… un día sin mucho sentido, extraño, que transcurre lentamente, como si los minutos estuvieran pegados con cola los unos a los otros. El organismo se repone de la cogorza de la noche anterior, poco a poco, trabajosamente, el hígado hace horas extras, el cerebro se esfuerza por elaborar algún pensamiento coherente, y cada latido en las sienes es como el estallido de una bomba nuclear, una pesadilla de dolor y náusea, de la que se sale por un largo y tortuoso laberinto, tras mucho bregar. Pero era la vida que habían escogido. Bebían. Unas veces para reír, otras para olvidar… bebían por esto, o por lo otro, o porque sí. Bebían, simplemente.

"Nuestras adicciones nos definen", pensaba Rummi. Hay adictos de toda clase: al alcohol, los cigarrillos, la marihuana, la farlopa, el pegamento, el trabajo, la limpieza, las tragaperras, los fármacos, el mete-saca...en definitiva son conductas absurdas, que mediante la repetición se convierten en rutina, y la rutina, ya se sabe, borra el sentido de las cosas, otorgándoles así, paradójicamente, un nuevo sentido. "Nosotros mismos nos ponemos las cadenas", se decía Rummi en plan filosófico, "para luego tirar la llave, y es por éso que la adicción nos define, porque el escoger libremente una u otra tortura, y someternos a ella por voluntad propia durante el resto de nuestras vidas es reflejo de nuestra debilidad, y también, de nuestra fortaleza. La felicidad no es una víscera sana y muerta de aburrimiento, como algunos piensan, no en mi caso, al menos… la felicidad, creo, es asumir lo que uno ha decidido ser al margen de lo que los demás piensen, sin quejas ni lamentos, con estoicismo, sí… un borracho que no se avergüenza de serlo, eso es la felicidad… la felicidad es un borracho que no maldice su resaca".

Sí, así era. Eso creía. Tal vez.

–Tío –dijo Parado–, ¿has visto esas pavas? –refiriéndose a unas niñatas que debían tener catorce o quince años.

–Sí –contestó Rummi–, las he visto, menudas petardas.

–No dejan de mirar hacia aquí. Me están poniendo nervioso.

–Querrán tema?

–Pues van listas. Son más feas que pegarle a una madre. Aunque la flaca… no sé… tiene unos ojos bonitos.

–Puede, si no se pusiera tanto maquillaje. Parece una fulana ahogada. Y además está muy flacucha.

–Mola. Así, cuando se la metes, puedes oír el crujido de todas y cada una de sus vértebras.

–Ja, ja, ja, qué cosas tienes… Por cierto, mira el culo de la otra. Imagina tener que meter la picha ahí.... Apuesto a que podría aplastártela entre esas nalgas, si quisiera, te la podría dejar como un pimiento seco.

–Debe haber poco espacio, ahí dentro, desde luego… Bien apretado. Eso me recuerda…a Ant, (un amigo de Parado que curraba de cocinero), que me contó que una vez se folló una sepia.

–Pero, ¿qué dices?

–Una sepia, ¿sabes lo qué es?

–Sí, sé lo que es una sepia, un bicho marino, un molusco, parecido a un calamar. Me sorprende que alguien esté tan jodidamente enfermo y perturbado como para hincársela a eso.

–El tío estaba para encerrarlo. Decía que era blando, como un chochete, lo más parecido a éso que había probado nunca.

Ant, llevando a cabo juegos preliminares con su calamar antes de percutirlo con virulencia

Rummi observó a Parado con sonrisa de pillín. Se decía a sí mismo que podría tratarse de una de ésas historias que le acontecen a uno y que, por vergüenza, relata convirtiendo en protagonista a una tercera persona. Pero no, ése no era el estilo de Parado. Poco le importaba la opinión que pudieran tener de él las personas formales y educadas, se la traían al fresco el buen gusto, la decencia y el qué dirán. Si Parado se hubiera frotado por el escroto una sepia lo habría reconocido sin pudor, él era así. Contó que lo había hecho Ant, sencillamente, porque es tal y como efectivamente sucedió.

"Diga lo que diga Rummi", pensó Parado, "sigo creyendo que la flaca tiene unos bonitos ojos".

"Somos despojos", se dijo Parado, "alcohólicos de mierda".

–¿Te has fijado en cómo fuman esas dos? –comentó Rummi.– No se tragan el humo, y dan una calada cada dos minutos. Los cigarrillos están consumiéndose en sus manos, y no los fuman, serán petardas!!

–Hablando de muerte en cilindros blancos, dáme un piti-, comentó Parado.

–Espera –dijo mientras buscaba en el bolsillo de su chándal.– Lo que no tengo es mechero.

–No te preocupes –dijo Parado, que llevaba uno encima.

Miró a Rummi, con impaciencia. El paquete no aparecía. Mal rollo.

–Joder –dijo Rummi.

–Joder, ¿qué?.

–He olvidado el paquete en el piso.

Parado puso mala cara. Miró el mechero. Tener mechero y no tener cigarrillos era como comprar condones y no hallar agujero donde meterla, debió pensar.

–¿Cuánto llevas encima? –preguntó Parado.

–Un euro con cuarenta y tres. ¿Y tú?

–A ver… sesenta… setenta… ochenta… noventa y dos céntimos. Entre los dos reunimos... dos treinta y cinco, lo justo para un paquete de Fortuna.

Rieron, Parado le pegó un puñetazo a Rummi en el hombro, éste se lo devolvió con una colleja. Entraron a un bar, se dirigieron a una expendedora de tabaco y Rummi coló en la ranura de ésta todas las monedas, que al caer repiquetearon con alegría. Pulsó el botón de Fortuna. "Producto agotado", rezaban los dígitos de la pantalla. Mierda. Había más botones de Fortuna. Pulsó otro. Esta vez sí. Cojonudo.

Salieron a la calle. Allí seguían las dos petardas. Rummi se bajó los pantalones y les hizo un calvo burlándose de ellas.


Cabina de teléfono con Rummi haciendo un calvo

Posteriormente, abrió el paquete de tabaco, prendió un cigarrillo y se lo pasó a Parado, luego encendió otro para si. Aspiró el humo, lo dejó escapar lentamente por la nariz, dos columnas de niebla gris, que se rizaron y desvanecieron. Luego sopló un largo chorro por la boca, y dio otra calada. "Fumar puede matar", prevenía la cajetilla. "Pero bueno", pensó Rummi, "de algo hay que morir"....

El sol moría en el cielo. Caminaron zig-zagueando, sin rumbo definido, con la esperanza de encontrar un bar no demasiado caro antes de llegar a ninguna parte.